Las
heroínas de Newark
Doce
enfermeras resistieron las amenazas de despido de su supervisora por no
participar en abortos
Todo empezó con una escena brutal en la que una
compañera le mostró a Beryl, como un trofeo, el cuerpo del niño que llevaba en
la mano.
Actualizado 18 diciembre 2012
Aquella mañana, Beryl Otieno Ngoje, enfermera de
origen keniata en la Unidad Quirúrgica de Día de la Universidad de Medicina y
Odontología de Nueva Jersey (UMDNJ), en Newark, trabajaba en labores administrativas
cuando se le acercó su supervisora muy excitada.
-No te lo vas a creer. Lo tengo en la mano -le dijo.
-¿Qué tienes en la mano? -contestó Beryl.
-¿Quieres verlo?
-Sí -dijo, intrigada. Pero se arrepintió al
instante.
En la palma de su compañera y superiora apareció un
pequeño feto recién abortado.
"Me sentí como si me hubiesen golpeado con algo
en el rostro", recuerda Beryl. Empezó a llorar.
-Lo siento, no sabía que reaccionarías así -balbuceó
la otra, consternada.
No tardaría en desatarse una tormenta aún mayor en
torno a otros bebés como el que acababa de ver, muerto.
Tres
mujeres que aman su trabajo
Beryl es una de las enfermeras de la unidad
especializadas en medicina de emergencia y con más de quince años de experiencia,
como sus amigas Fe Esperanza Racpan Vinoya, filipina, y Lorna Mendoza,
ferviente cristiana, con quienes pasa doce horas al día compartiendo todo tipo
de situaciones. Les gusta su trabajo y están comprometidas con él.
"Es un trabajo noble", dice Fe: "Todo
lo que haces por los pacientes les hace sentir mejor, y me satisface ayudar a
los demás".
"No llegan aquí alegres y felices, llegan
enfermos y heridos", añade Beryl: "Quieren alguien que esté ahí, y yo
puedo aportar la diferencia, puedo ayudarles aunque sea un poco, y encuentro
eso muy gratificante".
La unidad en la que trabajan ahora atiende casos de
cirugía programada, como una operación de hernia, de cataratas... o, en
ocasiones, un aborto.
Aborto:
"En muchas ocasiones vuelven"
Y no se trata de que la madre esté en peligro,
aclara Beryl: "Simplemente, deciden terminar con su estado. Son personas
que llegan al médico y le dicen que no quieren ese embarazo. Mayoritariamente
son adolescentes de 13, 14 o 15 años, y en muchas ocasiones vuelven".
"Es como un anticonceptivo", añade Fe:
"A algunas las ves aquí cinco o seis veces. Siempre les digo: ´Rezo por
ti, y espero que sea la última vez que te veo sometiéndote a esto´. Veo en sus
caras que se sienten culpables, veo la culpa en su corazón. Muchas dicen: ´Sí,
es la última vez´. Pero vuelven".
Los
peores recuerdos de Fe
Y cada vez que vuelven le recuerdan a Fe su propia
historia. Hace veinte años, recién llegada a Estados Unidos, se quedó
embarazada. Acababa de pasar la rubeola y su médico le dijo que su sangre era
peligrosa para el bebé. Le insistió en un aborto terapéutico. Ni ella ni su
marido querían eso, pero la doctora no le ofreció alternativas.
Poco después, Fe y su marido se vieron en la sala de
un abortorio rodeada de adolescentes que iban a lo mismo que ella. "Sólo
nosotros llorábamos", recuerda. Poco antes de que llegase su turno, Fe
llamó por teléfono a su ginecóloga para asegurarse de que no había opciones, y
la ginecóloga fue terminante. Fe abortó.
"Durante mucho tiempo fui incapaz de
dormir", dice: "Tardé años en aceptar que lo hecho, hecho estaba.
Pedí perdón. El Señor conoce mi corazón, sabe que yo no quería que
sucediese". Luego ha tenido tres niños más, pero no ha olvidado al que
perdió, y por eso, cuando ve a las adolescentes llegar a su hospital para
abortar, sabe "cuánto se complicarán sus vidas y cómo lo que van a hacer
les perseguirá no imaginan cuánto".
La
nueva supervisora
Éstas eran las personas que en septiembre de 2011 se
encontraron con un problema imprevisto. Hasta entonces nadie las había forzado
a participar en los abortos. Pero nombraron entonces una nueva supervisora...
que era la única de la planta que desde el principio sí se había unido al
equipo médico que practicaba abortos.
La mujer reunió a sus compañeras, ahora subordinadas
-con capacidad para despedirlas- y les anunció que si ella practicaba abortos,
no había razón para que otras no lo hiciesen. Trasladó esa petición a la
dirección del hospital, y el hospital le dio la razón y convirtió esa norma en
política del centro, diseñando un programa de formación para las enfermeras que
las preparase a participar en abortos.
"Mientras trabajéis aquí, tendréis que hacerlo.
Y si no, seréis despedidas o trasladadas", le dijo la supervisora a las
doce enfermeras que protestaron. La gerencia del hospital la apoyaba, y aunque
transigió en eximirlas de participar en abortos "salvo en casos de
emergencia", definió la emergencia como el simple sangrado.
"Supe que perderíamos nuestro trabajo",
dice Lorna, quien recuerda una ocasión en que un paciente les había pedido una
cuña, y cuando se la llevaron se encontraron dentro un minúsculo niño abortado.
Horrorizada, acudió a la supervisora, quien se desentendió del asunto. Lorna
acudió a protestar a la subdirectora de enfermeras, quien la amenazó con el
despido.
Así que sabían lo que les esperaba. "Nuestro
empleo pendía de un hilo", dice Beryl, "pero no pensábamos ir contra
lo que creíamos que Dios quería que hiciésemos. No vinimos a esta profesión
para practicar abortos. Les dijimos que no íbamos a hacerlo, y que si eso
significaba perder nuestros trabajos... Dios proveería".
Acudieron a su sindicato, que se negó a ayudarlas.
Pasaron una carta de protesta a la firma entre las enfermeras, y se sumaron
tres: ya eran quince. Se la dieron a la supervisora, y ésta al director de
enfermería. Rápidamente se convocó una reunión para el día siguiente entre cada
una de las firmantes, el equipo de partos, un representante sindical, la
dirección y un "experto en ética".
Se
hace la luz
Ese día, alguien informó al pastor Terry Smith de la
situación en la que se hallaba Fe, feligresa suya. El pastor actuó rápidamente
y llamó Len Deo, presidente del Consejo de Política Familiar de Nueva Jersey,
quien dijo que se ocuparía del asunto. Llamó a su vez a Alliance Defending
Freedom, un grupo defensor de la libertad religiosa, cuyo jefe de abogados,
Matt Bowman, telefoneó a su abogado en Neward, Demetrios Statis, para que se
pusiese manos a la obra.
Demetrios habló con Fe y la convenció de que no
debían darlo todo por perdido, porque les asistía su derecho a la objeción de
conciencia. Es más, se ofreció a participar en la reunión del día siguiente
como representante de todas ellas. "¿Es una trampa?", le preguntó Fe,
desconfiada.
Pero no era una trampa. A la mañana siguiente ella
presentó a Demetrios y Matt a las demás, y doce aceptaron que hablaran en su
nombre. "Fueron como enviados de Dios", dice Beryl, "nos
dispararon la moral".
Cuando llegó el momento de la reunión, el gerente se
encontró con que no tenía enfrente sólo un grupo de mujeres valientes
dispuestas a perder su trabajo, sino dos abogados con colmillo retorcido
dispuestos a que lo conservaran. El staff directivo del hospital tuvo un aparte
que duró unos minutos, pasados los cuales salió la supervisora para decirles
que la reunión se cancelaba.
Victoria
total, ambiente gélido
Pero Statis y Bowman no se fueron de allí sin
decirle a los gerentes del centro, primero de viva voz y luego por escrito, que
su política de forzar a las enfermeras a participar en el aborto violaba tanto
las leyes estatales como las federales y el derecho de sus defendidas a la
objeción de conciencia, y que se estaban jugando no sólo una demanda, sino 60
millones de dólares de subvenciones nacionales.
Durante las semanas siguientes, el ambiente que
sufrieron en el hospital tras su victoria estuvo muy enrarecido. "Era
espantoso", dice Beryl: "Rezamos mucho. Veníamos a trabajar y al
salir del ascensor sólo pedíamos a Dios que todo fuese bien en el día. Era muy
desagradable". Las doce se apoyaron mucho mutuamente, y les daba fuerzas
una idea: "Dios es más fuerte que esto".
El hospital volvió a la carga. Amenazó con contratar
enfermeras dispuestas a practicar abortos. Como entonces sobraría trabajo...
podría despedir a las doce resistentes alegando reestructuración laboral y sin
que pudiesen alegar que se les forzaba a actuar contra su conciencia.
Al final, la resolución fue judicial, y el juez les
dio la razón a las doce heroínas de Newark, que consiguieron todo lo que habían
pedido, incluso no participar en el cursillo de formación abortiva.
"Lloré al saberlo, estaba muy agradecida",
afirma Lorna. Como Fe, quien dice que antes pensaba que las oraciones no eran
escuchadas: "Pero Dios actuó poniendo en nuestro camino a las personas que
podían ayudarnos". Y Beryl concluye resumiendo el espíritu que las animó:
"Si vas contra aquello que crees, ¿en qué te conviertes? ¿Qué te
queda?".
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