domingo, 8 de abril de 2012

Lluvias y desiertos en la Semana Santa española


La razón      05 - IV - 2012                

Luis ALEJANDRE*                                                    

Jueves Santo

Es uno de los tres jueves «que brillan mas que el sol», aunque este año miremos al cielo dubitativos, deseando  por una parte que venga la lluvia, palie la sequía que sufrimos  y evite  el trágico espectáculo de ver arder nuestros más bellos bosques, o por otra, que escampe y permita que miles de cofrades salgan a la calle en procesión recordando  el sacrificio de Cristo. Pero, que llueva o no llueva, no depende de nosotros. Peor es la lluvia de dudas, de mensajes contradictorios que vive nuestra sociedad. Me duele reconocerlo, pero se me presentan varias Españas, cada una por su lado, olvidando que en momentos de crisis  la unidad es vital para salir de ella. Es como si un enfermo postrado en la cama de un hospital presenciase cómo discuten acaloradamente varios médicos, acusándose mutuamente del  mal estado del paciente:  unos, al cirujano por  no haber operado a tiempo; éste,  al internista por un mal diagnóstico; ambos, al de cabecera por no haber actuado desde el comienzo; todos, al gerente, al director y al ministerio, por falta de medios. Y cuando todos sólo coinciden  en que la situación del enfermo es grave, éste no tiene otra salida que  resignarse y encomendarse al buen Dios pensando que ha  llegado el fin de sus días.

Hace una semana hemos vivido una huelga general  en la que se ha visto de todo, porque el reconocido derecho constitucional tuvo variadas interpretaciones, algunas de ellas como la de la guerrilla urbana de  Barcelona, verdaderamente preocupante. Estos mismos días, mientras el Gobierno anuncia medidas quirúrgicas propias de una economía de guerra, surgen voces disolventes hablando de «aguas sucias», otras de fracasos sin más armas que la de la admitida mentira política, creando incertidumbres en casa y en el extranjero. Algo así como si los pirómanos de las incomparables Fragas del Eume  acusasen a los bomberos  y a la Unidad Militar  de Emergencias de haber provocado  el  incendio en el inigualable bosque atlántico.

Hemos perdido el sentido de la ponderación y ciertos medios acumulan responsabilidades y culpas  por incentivar la pérdida de rumbo que nos puede llevar a una solución a la griega o a un conflicto mucho más grave. No olvidemos cómo terminó la crisis de 1929. Creo sinceramente que las condiciones sociales son diferentes, pero también sé como se enciende y destruye un Sarajevo o un Dubrovnik  en pocos meses. Y no hace demasiado tiempo que pasó y en el  propio  corazón de Europa, no en un desierto perdido del centro  de Asia. Las espirales de violencia son de muy difícil predicción. Se sabe cuándo y cómo empiezan, pero no cuándo y cómo terminan.

En medio de todo, el ciudadano de a pie, el que no ha provocado la crisis y que llevará sobre sus espaldas la recuperación. El que no ha encargado oleos de 85.000 euros para perpetuarse, ni saludará reverencioso con el supuesto prestigio de su banco, a los poderes del Estado o de la Iglesia, cuando hace pocos meses reverenciaba a los de otro signo y responsabilidad. El ciudadano se recogerá con sus cofrades y rezará en silencio mirando al cielo. Pero pensará en todo esto. Pensará que por el mismo recorrido hace  pocos días desfilaban banderas republicanas, se destrozaba mobiliario urbano o se enfrentaban a una policía que no hacía más que guardar los bienes de todos, defender a los inocentes, abrir el tráfico o simplemente cumplir órdenes.

Hoy, Jueves Santo, sería buen día para recapacitar sobre lo que depende de nosotros. Ya se encargará la lluvia de que salgamos a la calle o  nos refugiemos  en  las parroquias. De lo otro, sí podemos hacer. De  lo que entraña responsabilidad, trabajo, honestidad,  únicos instrumentos que pueden sacarnos de la crisis. Porque –por supuesto– hay factores sobre los que el ciudadano no puede actuar. Pero en muchos otros sí. Y hay personas –muchas– que hacen del esfuerzo, el sacrificio y el trabajo, profesión de fe. Sólo es cuestión de ponerlos como ejemplo y seguir su  senda. La misma senda que nos marcó hace más de veinte siglos Jesucristo y que parecemos olvidar vía la ambición desmesurada de poder o de dinero,  el escándalo público o los egoísmos.

No puedo olvidar hoy a soldados y marineros que en tierra extraña recuerdan estos días las tradiciones de sus pueblos, ni a un soldado excepcional como Antonio Mingote, que escogió esta Semana Santa para encomendarse al Señor. La lluvia, el brillo del sol, los recuerdos, las procesiones, los ausentes, todo se mezcla y se recoge en nuestra alma deseando que venza la lógica del respeto sobre la arbitrariedad del caos. Y no perdamos la fe en nosotros mismos como pueblo. Seremos lo que nos ganemos a pulso, llueva o no llueva este Jueves Santo.
Luis Alejandre
General (R)

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